El fenómeno SnapChat está siendo muy popular y no es para menos pues incluso Facebook quizo comprar SnapChat por 3000 millones de dólares, aunque el flamante fundador Evan Spiegel, multimillonario antes de los 30, se negó a vender.
A través de la propia app se envía alrededor de más de 400 millones de fotos al día (más que en el propio Facebook), y solo hace falta ver la repercusión que ha generado a nivel mundial (y que se da también en España y en países latinos, aunque en menor medida que en los anglosajones) desde que comenzó su andadura en septiembre del 2011.
¿Cómo funciona?…
Funciona de manera similar a cualquier aplicación de mensajería instantánea, permitiéndote añadir contactos y enviarles mensajes en forma de fotos o vídeos de forma individual o a grupos. La principal diferencia es que tú seleccionas el tiempo que el receptor podrá ver ese mensaje (de 1 a 10 segundos) antes de que se destruya.
Es decir, mandas tu foto, la editas si quieres (puedes añadirle un pequeño texto o dibujar encima) y la mandas a quien quieras especificando el tiempo que podrá acceder a ella. Después al usuario se le notifica que tiene un mensaje y puede verlo presionando sobre el mensaje durante el tiempo especificado por el que lo envió (si deja de presionar, deja de verlo).
De esta forma es más difícil que el usuario capture una imagen, sin embargo no lo evita.
¿Para qué se usa?…
Snapchat es quizás la app más rápida a la hora de sacar una foto con tu móvil y compartirla, por lo que sus ventajas es que te permite compartir de forma rápida, efímera e imperfecta, ya que al ser temporal no existe esa obsesión por la perfección que sí se da en otras herramientas como Instagram. También las marcas están usando Snapchat con diferentes fines comerciales.
Lo creamos o no, snapchat se utiliza principalmente para retratar aspectos de la vida cotidiana que no son lo suficientemente relevantes para permanecer en la web de forma permanente. Y quizás nosotros tengamos la culpa de ello: “Perdona, ¿me puedes sacar esta foto por 7ª vez? Salgo con el pelo raro.”
Nos cargamos con una presión de mostrar una versión perfecta de nosotros mismos en redes sociales y presentar exactamente la imagen que deseamos comunicar, lo que acaba dejando un hueco para comunicar toda esa vida cotidiana que queda vedada en otras redes de carácter más permanente. Recuerdos con fecha de caducidad.
No todo lo que haces a lo largo del día tiene cabida en un museo, todos tenemos derecho a hacer cosas “feas” de vez en cuando. Ese plato de comida que te ha salido especialmente mal, o un boceto terrible que has hecho, un grano que te ha salido… Son cosas que nos dan algo de pudor y que jamás publicaríamos en una red pública y permanente, pero que no nos importa compartir si elegimos con quién y tiene un carácter efímero.